Cartago

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Cartago fue una importante ciudad de la Antigüedad, fundada por los fenicios procedentes de Tiro en un enclave costero del norte de África, cerca de la actual ciudad de Túnez.
Existen numerosas fechas expuestas por los historiadores clásicos sobre la fecha fundacional de Cartago. La leyenda clásica cuenta que fue la princesa Dido quien la fundó en el año 814 a. C. Si bien el consenso actual es afirmar que la ciudad fue fundada entre los años 825 y 820 a. C. con el nombre de Qart Hadašt .
Tras la decadencia de Tiro, Cartago desarrolló un gran Estado, de carácter republicano con ciertas características monárquicas o de tiranía, que evolucionó a un sistema plenamente republicano. Los territorios controlados por Cartago la convirtieron en la capital de una próspera República, viéndose enriquecida por los recursos provenientes de todo el Mediterráneo occidental. Cartago fue durante mucho tiempo una ciudad más próspera y rica que Roma. Durante su mayor apogeo llegó a tener 400.000 habitantes, edificios de hasta seis y siete pisos de altura, un sistema de alcantarillado unificado y docenas de baños públicos.
La República Cartaginesa se enfrentó a la República Romana por la hegemonía en el Mediterráneo occidental, siendo derrotada totalmente en el 146 a. C., lo que comportó la desaparición del Estado cartaginés y la destrucción de la ciudad de Cartago.
En el 29 a. C. Octavio fundó en el mismo lugar la colonia romana Julia Cartago, que se convirtió en la capital de la provincia romana de África, una de las zonas productoras de cereales más importantes del imperio. Su puerto fue vital para la exportación de trigo africano hacia Roma. La ciudad llegó a ser la segunda en importancia del Imperio con 400.000 habitantes. En el año 425, los vándalos conquistaron Cartago durante el reinado del rey Genserico y la convirtieron en la capital de su nuevo reino. La ciudad fue reconquistada por el general bizantino Belisario en el año 534, permaneciendo bajo influencia bizantina hasta el 705.
El conocimiento transmitido procede casi en su totalidad de la gran campaña internacional de excavaciones para la salvaguarda de Cartago de 1975.
Cartago estaba situada en una península comprendida entre el golfo y el lago de Túnez. La ciudad estaba protegida por una triple muralla, cada sección contaba con 25 m de altura y unos 10 m de ancho, situada en el istmo, a unos 4 km del mar. La propia muralla tenía cuarteles con capacidad para albergar a 20.000 infantes. El diseño urbanístico y la arquitectura eran una mezcla de modelos con antecedentes sirio-palestinos de tipo predominantemente orgánico y de modelos de lógica hipodámica, en parte creada por su propia práctica de la construcción y, en parte, sobre todo en su última fase, por influencia griega y helenística.
La zona alta se desplegaba partiendo de la colina de Byrsa, donde se hallaba la inexpugnable fortaleza del mismo nombre y el templo de Eshmún. En las laderas de la colina se encontraban las grandes residencias de la aristocracia cartaginesa. Se descubrieron restos de casas recubiertas por las cenizas del incendio de su destrucción, en el año 146 a. C. poseían características muy similares a las helenísticas, siendo un recinto con calles concéntricas. En el barrio Magón se observa una operación a gran escala de una remodelación urbanística del siglo III a. C., con el aprovechamiento del espacio que ocupaba la antigua puerta de la muralla, del siglo V, para construir viviendas de lujo. El barrio de Salambó era el centro político y económico de la ciudad, estaba unido al puerto comercial por tres avenidas descendentes, y en él se hallaba el foro principal y el ágora, donde se praticaba un intenso comercio. Probablemente, el Senado de Cartago se reunía para tomar decisiones en algún edificio de este barrio. Cerca del foro se alzaba el templo de Tofet, donde se han descubierto miles de estelas y de urnas que contenían esqueletos de niños calcinados, así como una capilla del siglo VIII a. C. Otros templos importantes eran aquellos dedicados a Melqart, a Shadrapa, Sakon o Sid. Era la parte de la ciudad más próxima al mar, donde se encontraban el puerto comercial y el militar. Estaba dotada con almacenes suficientes para albergar las mercancías comerciales y por casas de la clase baja. Dentro del área defendida por las murallas, al noroeste de la ciudad, se hallaba el amplio suburbio de Megara, ocupado por casas rurales, campos de cultivo y jardines.
La ciudad de Cartago poseía dos grandes puertos, el comercial y el militar, que le permitieron dominar militar y comercialmente el Mediterráneo occidental. El acceso a los puertos desde el mar venía facilitado por una entrada de unos 21 m de ancho, que en caso de necesidad era cerrada con una cadena de hierro. Los dos puertos estaban unidos por un estrecho canal navegable. Fueron construidos artificialmente, en lo que fue una gran obra de ingeniería, admirados y envidiados, y siendo los más famosos de la Antigüedad.

El puerto civil era de forma rectangular. Allí fondeaban las naves comerciales, que en su mayoría importaban garum, trigo, púrpura, marfil, oro, estaño y esclavos de las factorías, de las colonias y de las explotaciones agrícolas creadas en numerosos enclaves costeros a lo largo del Mediterráneo. Las exportaciones a otras ciudades, colonias o pueblos costeros nativos de las costas del Mediterráneo occidental fueron mercancías manufacturadas, vidrios, cerámicas, objetos de bronce o hierro, y tejidos de púrpura.
El puerto militar era de forma redonda y albergaba en su interior una isla artificial también circular. La isla era la sede del almirantazgo, y su acceso era restringido. El puerto militar según las fuentes clásicas podía albergar 220 barcos de guerra, y sobre los hangares se levantaron almacenes para los aparejos. Delante de cada rada se elevaban dos columnas jónicas, que dotaban a la circunferencia del puerto y de la isla el aspecto de pórtico. Los restos arqueológicos descubiertos han permitido extrapolar la capacidad de acogida del sitio: 30 diques en la isla del almirantazgo y de 135 a 140 diques en todo el perímetro. En total, de 160 a 170 diques, podían albergar tantos barcos de guerra como han sido identificados.
Por debajo de los diques de la dársena se situaban los espacios de almacenaje. Se ha supuesto que en cada dique podían tener cabida dos filas de barcos. En medio del islote circular,había un espacio a cielo abierto, a cuyo lado se levantaba una torre. Los diques podían tener sobre todo la función de astillero naval.
La ciudad de Cartago desarrolló un gran Estado bajo su poder. En sus inicios, el territorio cartaginés comprendía sólo la ciudad y una pequeña área de unos 50 km². En el siglo VI a. C. los cartaginenses fueron ocupando un territorio entre 30.000 y 50.000 km², que constituyó la base del Estado Cartaginés. Partiendo de esta área, que se suele denominar metropolitana, se expandieron para crear entre los siglos V y III a. C. un imperio mercantil marítimo, aprovechando las factorías y ciudades existentes fundadas por los fenicios, o estableciendo otras nuevas, en Hispania, Sicilia, Cerdeña, Ibiza y en el norte de África, consolidando además su poder sobre Numidia y Mauritania. En su apogeo fue la primera potencia económica y militar en el Mediterráneo occidental. La República Cartaginesa se enfrentó a la República Romana por la hegemonía, siendo derrotada en el 146 a. C., lo que comportó la desaparición del estado cartaginés y la destrucción de la ciudad de Cartago.
Puerto de Cartago

Si bien el territorio controlado por Cartago fue amplio, con numerosos vasallos y asociados, la zona propiamente colonizada por Cartago nunca llegó a ser muy extensa. El estado se dividía entre ciudades aliadas o socias como Útica, los territorios autónomos y el imperio propiamente dicho de Cartago que, según ellos mismos, contaba con unas 300 ciudades en la época de la Primera Guerra Púnica. La zona más rica y poblada era la llamada zona metropolitana; ésta a su vez se dividía en 7 circunscripciones llamadas pagi. Más allá del territorio cercano a Cartago se encontraba la Gran Sirte, un rico territorio costero en Libia-Túnez.
Inicialmente fue gobernado por una oligarquía de ricas familias, en forma de monarquía en los siglos VI-IV a. C. coincidiendo con la caída de Tiro ante Babilonia en el año 580 a. C. Posiblemente por cierto vacío de poder, se consolidó un sistema de gobierno centrado en dos personas llamados sufetes. Caracterizado por la instauración de grandes familias encumbradas en el poder por mucho tiempo, debido a las cualidades de sus individuos y a sus grandes riquezas. El poder de los sufetes denominados reyes por algunos escritores griegos y latinos no era absoluto, solían ejercer de jueces y árbitros ya que existían otras instituciones como el Senado con el que debían compartir sus decisiones. Según algunos el Senado fue creado durante el siglo V a. C. Su función era asesorar a los sufetes en cuestiones de política y economía. Su organización nos es desconocida. Según Heeren, era muy numeroso y se dividía durante la etapa monárquica en la Asamblea (simkletos), y el Consejo privado la Gerusia, compuesto de los notables de la Asamblea. Según Theodor Mommsen, el gobierno había pertenecido primeramente al Consejo de los Ancianos o Senado, compuesto, como la Gerusía de Esparta, de dos reyes que el pueblo designaba en la asamblea y de veinticuatro gerusiastas probablemente nombrados por los propios reyes y con carácter anual. Se conoce la existencia de reyes que dirigieron a las tropas en las guerras de Sicilia durante los siglos VI y V a. C. pertenecientes a la dinastía de los Magónidas. En el 480 a. C., tras la muerte de Amílcar I, derrotado por los griegos en la Batalla de Hímera, las grandes familias perdieron gran parte de su poder en manos del Senado, creándose el Consejo de los Cien por un movimiento social que dio lugar a un mayor control de los sufetes.
La república cartaginense era gobernada por varios órganos públicos pero reservados a la aristocracia, el más básico era la asamblea de ciudadanos (συγκλητος), constituida por varios cientos de individuos pertenecientes a las familias más acaudaladas e influyentes de la Cartago.

La asamblea nombraba libremente a la mayor parte de los cargos de la ciudad, como el Consejo de Ancianos o Senado de los Cien (γερουσια), grupo de cien aristócratas formado de modo vitalicio, conocido desde el siglo IV a. C. Estaban encargados de funciones judiciales y de la supervisión de los funcionarios. Finalmente, la Asamblea de Ciudadanos se encargaba de la elección de los sufetes, de los sumos sacerdotes y de los generales. Los sufetes y los sumos sacerdotes eran miembros natos del Senado Cartaginense, llegando así a la cifra de 104 miembros. El senado también dirigía todos los procesos de la Asamblea, o las Pentarquías, grupos de cinco individuos que se ocupaban de los departamentos estatales y cubrían vacantes en el Senado. El Senado era el órgano más poderoso, compuesto en su totalidad por la más influyente aristocracia. Los sufetes eran dos magistrados elegidos anualmente entre las familias aristocráticas. Sus cometidos eran esencialmente civiles, la convocatoria del Consejo y de la Asamblea y funciones judiciales superiores.
El Consejo de los Cien es conocido desde el siglo IV a. C. Junto a este consejo existía una comisión permanente de 30 individuos. Era un sistema oligárquico, controlado por las elites urbanas, grandes propietarias de tierras o vinculadas al comercio. Las tensiones eran las propias de la competencia por el poder entre individuos o grupos aristocráticos, y se verían acrecentadas con la expansión desde el siglo VI a. C., y especialmente con la rivalidad con Roma. Los conflictos bélicos en concreto favorecieron la aparición de caudillos militares y familias concretas, capaces de actuar con cierta independencia. Las diversas opciones políticas y comerciales con que se enfrentó el Estado cartaginés a lo largo del siglo III a. C., como potenciar la expansión en África o buscar nuevos mercados, también provocaron divergencias entre las facciones de la oligarquía, terratenientes y comerciantes, disputas a las que probablemente se vieron arrastradas las clases inferiores urbanas de comerciantes y artesanos.
Tras la destrucción de la ciudad fue prohibido habitar el lugar. Tras pasar 25 años hubo un intento de refundación de una ciudad, llamada Colonia Junonia, pero sólo duró 30 años y no prosperó, el lugar quedó habitado con pequeños asentamientos. El enclave tuvo que esperar hasta el año 46 a. C., en el que Julio César visitó el lugar durante el transcurso africano de la Segunda Guerra Civil de la República de Roma y decidió que allí debía construirse una ciudad por su excelente situación estratégica. Octavio, heredero de César, fundó la Colonia Julia Cartago en el 29 a. C. La ciudad creció y prosperó hasta convertirse en la capital de la provincia romana de África, desbancando a Útica. La provincia de África ocupaba el actual Túnez y la zona costera de Libia, y en el futuro daría nombre a todo el continente. Esta provincia se convirtió en una de las zonas productoras de cereales más importantes del imperio. Su gran puerto era vital para la exportación de trigo africano hacia Roma.

En su esplendor durante el dominio de Roma la ciudad llegó a tener una población de más de 400.000 habitantes, convirtiéndose en la segunda ciudad en importancia del Imperio. Entre sus grandes edificios destacaban el circo, el teatro, el anfiteatro, el acueducto y, sobre todo, caben destacar las Termas de Antonino, que eran las más importantes después de las de Roma, situadas en un lugar privilegiado junto al mar y de las cuales aún se conservan restos. Poseía una gran y compleja red de alcantarillado capaz de suministrar agua a toda la ciudad.
En el siglo III el cristianismo empezó a consolidarse notablemente en Cartago. La ciudad contaba con su propio obispado y se convirtió en un importante lugar para la cristiandad. Distintas figuras importantes de la Iglesia primitiva se relacionan con Cartago: San Cipriano, que fue su obispo en el 248, Tertuliano, escritor eclesiástico que nació, vivió y trabajó en la ciudad durante la segunda mitad del siglo II y los primeros años de la centuria siguiente; y San Agustín, quien fue obispo de la cercana Hipona durante los últimos años del siglo IV y comienzos del siglo siguiente. En los siglos IV y V, en plena decadencia imperial, durante las invasiones bárbaras sirvió de refugio para los que huían de éstas. En el año 425 la ciudad resistió varios ataques de los vándalos, pero finalmente sucumbió en el 439.
Los vándalos fueron un pueblo bárbaro que inicialmente conquistó el sudeste de Hispania, y posteriormente se desplazaron a África conquistando Cartago durante el reinado del rey Genserico, y estableciéndola como capital de un nuevo reino. Una vez consolidado el mismo, iniciaron una serie de campañas militares en las que conquistaron las Baleares, Córcega, Cerdeña y Sicilia, lo que les permitió dominar el mercado del Mediterráneo occidental.
Genserico, el fundador del Reino vándalo, puso las bases del apogeo del mismo, pero también las de su futura decadencia. El cenit de su reinado y del poderío vándalo en África y el Mediterráneo lo constituyó la paz perpetua conseguida con Constantinopla en el verano del 474, en virtud de la cual se reconocían su soberanía sobre las provincias norteafricanas, las Baleares, Sicilia, Córcega y Cerdeña. No obstante, desde los primeros momentos de la invasión (429-430), Genserico golpeó a la importante nobleza senatorial y la aristocracia urbana norteafricanas, así como a sus máximos representantes en estos momentos, el episcopado católico, llevando a cabo numerosas confiscaciones de propiedades y entregando algunos de los bienes eclesiásticos a la rival Iglesia donatista y a la nueva Iglesia arriana oficial. Tampoco pudo destruir las bases sociales de la Iglesia católica, que se convirtió así en un núcleo de permanente oposición política e ideológica al poder vándalo. Respecto de su propio pueblo, Genserico realizó en el 442 una sangrienta purga en las filas de la nobleza vándalo-alana. Como consecuencia de ello, dicha nobleza prácticamente dejó de existir.
Rápidamente el reino vándalo entró en decadencia. Las luchas internas por el poder y la mala relación con la iglesia católica, muy asentada en la zona, junto con las incursiones de tribus beréberes, debilitaron el reino y facilitaron la conquista por el general bizantino Belisario en el año 534, sobre todo tras la importante derrota del Rey Gelimer el 13 de septiembre de 533 en la Batalla de Ad Decimum frente a Belisario.

Tras la reconquista por parte de los romanos orientales y la dispersión de los vándalos, la ciudad fue renombrada por Belisario como Colonia Justiniana, en honor al emperador Justiniano I de Bizancio. En esos años el Imperio Bizantino estaba en el cenit de su poder. Cartago volvió a ser capital de una provincia romana, llamada esta vez Exarcado de África. Los bizantinos, en los momentos más bajos de las guerras contra Persia, estuvieron a punto de perder Constantinopla; el entonces emperador, Heraclio, consideró la posibilidad de trasladar a Cartago la capital imperial en el 618. En el año 647 Gregorio, exarca de Cartago, tras haber perdido la conexión terrestre por el avance del Islam, se declaró independiente de Constantinopla.
Durante el gobierno del exarca Gregorio Cartago dejó de ser capital del exarcado. Durante su mandato se inició la rápida expansión islámica. En el año 641 cayeron bajo dominio del Islam las importantes y milenarias ciudades de Alejandría, Damasco y Jerusalén. La expansión del Islam resultaba impresionante. Las fronteras de Dar al-Islam en breve tiempo se encontraron en las cercanías de Cartago, y amenazaba con expandirse sobre ésta. El exarca Gregorio, reclutó y lideró un ejército formado principalmente por los beréberes autóctonos, logró plantar cara a los musulmanes en el año 647, que no tenían un excesivo interés en la zona todavía. Durante estos años la ciudad de Cartago había vuelto a recuperar cierto esplendor debido a la multitud de refugiados de Palestina, Egipto y Siria que habían huido de las matanzas provocadas por los musulmanes.
Gregorio murió en ese mismo de 647, Cartago volvió a ser capital del Exarcado, y se restauró la dependencia a Constantinopla. Durante cincuenta años el avance del Islam fue frenado. Los musulmanes, en el año 670, fundaron la ciudad de Kairouan, en la actual Túnez, que fue conquistada brevemente por los bizantinos. Durante este tiempo las tribus beréberes fueron islamizándose, en parte por iniciativa de los líderes musulmanes, lo que aumentó el poder del Islam en la zona. Finalmente, los musulmanes iniciaron un asedio sobre Cartago, en la defensa de la ciudad participó un gran contingente de visigodos, enviados por su rey para proteger el exarcado, con la intención de mantener alejada la marea islámica de sus dominios. Pero la ciudad fue tomada en el año 698.
El Imperio bizantino reconquistó la ciudad durante breve tiempo, pero fue la última vez que la ciudad estuvo bajo poder cristiano. En el 705 un ataque musulmán devastó la ciudad reduciéndola a cenizas y masacrando a todos sus habitantes, como sucedió siglos atrás.
Desde entonces el territorio de la antigua Cartago fue largamente dominado por el Islam. Sobre sus ruinas tuvo lugar la Octava Cruzada en el año 1270, con el propósito de convertir al sultán de Túnez al cristianismo, en la que resultaría muerto el rey de Francia Luis IX. Fue conquistado por el célebre pirata Barbarroja, brevemente dominado por la España imperial de Carlos V, subyugado por el Imperio otomano, colonizado por Francia, invadido por la Alemania nazi. Forma parte del territorio del Estado de Túnez desde que éste alcanzó su independencia.
Desde entonces Cartago empezó a adquirir una gran importancia arqueológica, dando lugar a la gran campaña internacional de excavaciones para la salvaguarda de Cartago de 1975. Las ruinas de Cartago fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1979.19 Entre las piezas arqueológicas halladas hay restos vándalos, bizantinos y, sobre todo, romanos, pero también aparecieron objetos púnicos. Allí encontraron algunos de los más bellos y mejor conservados mosaicos de la antigüedad, que datan de la época romana y se encuentran en el afamado museo de El Bardo de la capital tunecina.
En la actualidad la península donde se ubicaba la antigua ciudad es parte de un suburbio residencial lujoso de la ciudad de Túnez, el que se han asentado varias embajadas extranjeras. También está ubicada en este emblemático lugar la residencia del presidente de la República Tunecina, próxima a las ruinas de las Termas de Antonino. El nombre de Cartago permanece actualmente en varias poblaciones en el continente americano, llamadas así por los conquistadores españoles en honor a la Cartago Nova española.
Según la leyenda que ha sido adulterada por algunos escritores clásicos latinos, Cartago fue fundada en el 814 a. C. por la princesa Dido, hermana de Pigmalión, rey de Tiro. Éste, que ambicionaba el tesoro de Siqueo, esposo de Dido, la obligó a que le revelase la ubicación de dichas riquezas. Dido engañó a Pigmalión indicándole un falso lugar y éste primero asesinó a Siqueo y después buscó la fortuna, mientras Dido lo desenterraba y huía con el tesoro y sus seguidores. Embarcó y navegó hasta llegar a la región habitada por los libios, donde solicitó al rey local tierras para fundar una ciudad pero, reacio a la intrusión, solo le concedió el terreno ocupado por una piel de toro. Dido, mujer ingeniosa, cortó la piel en finísimas tiras y así delimitó una gran extensión e hizo construir una fortaleza llamada Birsa, que más tarde se convirtió en la ciudad de Cartago.

Cuando Troya cayó en poder de los aqueos, Afrodita dijo a su hijo Eneas, uno de los caudillos del ejército troyano, que huyera de la ciudad y no muriera como un buen troyano, pues Troya ya no existía y para él se había reservado otro futuro. Tras varias escalas, llegó a Cartago, donde la reina Dido se enamoró locamente de él, permaneciendo largo tiempo juntos. Pero Eneas recibió de Júpiter la misión de fundar un nuevo pueblo, debiendo partir a su destino. La noche que Eneas embarcó con su gente, Dido corrió a convencerle para que no partiera, sin que Eneas mostrara la más mínima duda sobre su marcha. Dido, tras verle partir, ordenó levantar una gigantesca pira donde mandó quemar todas las pertenencias de Eneas. Al amanecer subió a la pira y, tras condenar a Eneas y a todos sus descendientes, hundió en el pecho la espada de Eneas y se arrojó al fuego. Según la tradición, Rómulo y Remo son descendientes de Eneas por medio de su madre, Rea Silvia, siendo Eneas el progenitor del pueblo romano. En su muerte, Dido condenó no sólo a su amante, sino a todos los romanos.
El ejército de Cartago fue una de las fuerzas militares más importantes de la Antigüedad clásica. Si bien para Cartago la armada fue siempre su principal fuerza, el ejército adquirió un papel clave en la extensión del poder púnico sobre los nativos del norte de África y del sur de la península ibérica, principalmente en el periodo comprendido entre el siglo VI a. C. y el siglo III a. C. A partir del siglo V a. C. Cartago inició un ambicioso programa de expansión hacia Cerdeña, las islas Baleares y el norte de África. Debido a ello, su ejército se fue transformando en un mosaico multiétnico, pues la escasez de recursos humanos propios motivó la necesidad de enrolar contingentes de tropas foráneas, principalmente como mercenarios. Este hecho convirtió a las fuerzas armadas de Cartago en un conglomerado de unidades púnicas, aliadas y mercenarias.
En cuanto a su estructura militar, se trató siempre de un ejército combinado, que disponía de infantería ligera y pesada, de artillería, de hostigadores, de caballería ligera y pesada, así como de secciones de elefantes de guerra y carros de guerra. El mando supremo del ejército fue inicialmente ostentado por los sufetes, hasta el siglo III a. C. A partir de entonces, lo recibieron generales nombrados directamente por el Senado o la Asamblea.
El ejército de Cartago fue una de las fuerzas militares más importantes de la Antigüedad clásica. Si bien para Cartago la armada fue siempre su principal fuerza, el ejército adquirió un papel clave en la extensión del poder púnico sobre los nativos del norte de África y del sur de la península ibérica, principalmente en el periodo comprendido entre el siglo VI a. C. y el siglo III a. C. A partir del siglo V a. C. Cartago inició un ambicioso programa de expansión hacia Cerdeña, las islas Baleares y el norte de África. Debido a ello, su ejército se fue transformando en un mosaico multiétnico, pues la escasez de recursos humanos propios motivó la necesidad de enrolar contingentes de tropas foráneas, principalmente como mercenarios. Este hecho convirtió a las fuerzas armadas de Cartago en un conglomerado de unidades púnicas, aliadas y mercenarias.

En cuanto a su estructura militar, se trató siempre de un ejército combinado, que disponía de infantería ligera y pesada, de artillería, de hostigadores, de caballería ligera y pesada, así como de secciones de elefantes de guerra y carros de guerra. El mando supremo del ejército fue inicialmente ostentado por los sufetes, hasta el siglo III a. C. A partir de entonces, lo recibieron generales nombrados directamente por el Senado o la Asamblea.
El ejército de Cartago se enfrentó en numerosas ocasiones a ejércitos griegos por la hegemonía en Sicilia. Esto influenció el desarrollo de las tácticas y armas púnicas, que basó su ejército en unidades de falange. La disputa por Sicilia resultó inconclusa, y Cartago nunca llegó a conquistar la ciudad de Siracusa.
Sin embargo, la maquinaria bélica cartaginesa tuvo su mayor reto al enfrentarse a las legiones romanas en las Guerras Púnicas. Si bien Cartago fue finalmente derrotada, su ejército consiguió notables triunfos al mando de hombres excepcionales como Aníbal y Amílcar Barca.
La característica más llamativa del ejército de Cartago era su composición, puesto que contaba con un gran contingente de fuerzas extranjeras. Cartago disponía de un escaso cuerpo de ciudadanos de entre los cuales podía reclutar tropas y estos, además, carecían de una marcada tradición militar. No ocurría así en el caso de la armada, que contaba con un mejor entrenamiento y una larga tradición y experiencia, pero los ejércitos de tierra tendían a alistarse o ampliarse esencialmente cuando eran necesarios para acciones bélicas, disolviéndose a su fin. Los ciudadanos solo estaban obligados a ejercer el servicio militar para defender a la propia ciudad en caso de amenaza directa.2 Esta ausencia de una fuerza ciudadana propia obligaba a que el ejército estuviera compuesto sobre todo por soldados extranjeros: libios, hispanos, galos, griegos, etc.
Sin embargo, considerar que el ejército púnico estaba compuesto por mercenarios tampoco es ajustado a la realidad: muchas de las tropas extranjeras que Cartago alistaba entre sus filas no luchaban junto a la ciudad púnica simplemente por dinero. Algunos contingentes no recibían una remuneración, sino que eran proporcionados por reinos tributarios o aliados, como parte de los acuerdos alcanzados en tratados bilaterales. Este era un caso muy frecuente, por ejemplo, entre los reinos númidas, que mantenían fuertes relaciones políticas con los cartagineses. También ocurría en relaciones más estrechas que vinculaban a diversos pueblos con algunos generales en particular, como por ejemplo Aníbal.
La naturaleza diferencial del ejército de Cartago implicaba que un comandante cartaginés tenía bajo sus órdenes a muy distintos contingentes de tropas, procedentes de diversos pueblos. Eso impide que se pueda hablar de un típico ejército cartaginés, dado que cada fuerza púnica poseía características únicas.4 Por otro lado, su composición implicaba una serie de ventajas e inconvenientes: ofrecía al general un ejército muy versátil, formado por tropas muy diversas con un alto grado de profesionalidad, y que a su vez podían reclutarse con mucha rapidez. Sin embargo, este tipo de hueste planteaba al general una gran dificultad para relacionar y combinar adecuadamente todos los contingentes, hasta el punto de que un ejército formado por la unión de diversos y experimentados cuerpos (por ejemplo, el ejército cartaginés de la batalla de Zama) podía tener problemas para actuar como una única entidad.

Magón y la consolidación del poder militar de Cartago.


Hacia el año 550 a. C., Magón, general en jefe del ejército púnico, gobernó en Cartago. Éste inició una serie de reformas que consolidaron el poder y la reglamentación militar de la ciudad.6 El núcleo militar durante el siglo IV a. C. era la falange, formada por los ciudadanos de Cartago, que tenían la obligación de servir en el ejército.
Según las escasas menciones que nos han llegado desde fuentes clásicas sobre la forma de combatir de los púnicos, los ejércitos cartagineses arcaicos debían combatir en formaciones cerradas de lanceros, similares al ejército que se enfrentó a Timoleón en Sicilia.
El máximo de tropas reclutadas puede estimarse a partir de la capacidad de los cuarteles situados en los tres anillos de murallas que protegían la ciudad, que ofrecían alojamiento a 24 000 infantes, 4000 jinetes y unos 300 elefantes. Probablemente entre estas cifras deba también contarse un amplio contingente de mercenarios y tropas auxiliares. Por otro lado, Apiano menciona unas cifras de 1000 jinetes, 40 000 soldados de infantería pesada y 2000 carros de guerra reclutados para oponerse a la invasión de Agatocles.
El senado de Cartago, después de los desastres de las Guerras Sicilianas de los siglos V y IV a. C., en los que perecieron un gran número de ciudadanos púnicos, optó por potenciar la composición de sus ejércitos terrestres sobre la base del empleo masivo de mercenarios, un sistema ya iniciado en menor medida a finales del siglo VI a. C. con la reforma militar de Magón. A partir del 480 a. C., mercenarios iberos y honderos baleares lucharon en las filas cartaginesas en Sicilia: en la Batalla de Hímera, en el asedio y destrucción de Selinunte (409 a. C.), en las conquistas de las ciudades de Hímera (408 a. C.), Agrigento (406 a. C.), Gela y Camarina (405 a. C.), en el Sitio de Siracusa (397-395 a. C.) y en la Primera Guerra Púnica. La mayoría de las fuentes clásicas enfatizan la multinacionalidad del ejército de Cartago, que asemejan por este motivo al persa.
La utilización de mercenarios está documentada al menos durante la Segunda Guerra Siciliana por Diodoro, que menciona grandes contingentes de tropas mercenarias durante la invasión de Himilcón a Sicilia. Los mercenarios componían la mayor parte del ejército cartaginés, en el que también se encontraban carros de guerra e infantería libio-fenicia. Por los datos que menciona Diodoro, esta última representaba solo una pequeña parte del ejército, pues fue capaz de retirarla al completo utilizando solo cuarenta trirremes. Su flota completa ascendía a "más de seiscientas naves". Aunque esta cifra probablemente sea exagerada, el contraste en número de las naves implica una diferencia de tropas importante, sin olvidar que las tropas púnicas fueron diezmadas por la peste durante el asedio a Siracusa.
Celtas, galos, ligures, númidas, africanos, griegos y, sobre todo, iberos fueron reclutados ampliamente por Cartago.
Los mercenarios ibéricos al servicio de Cartago empiezan a citarse en las fuentes clásicas a finales del siglo VI a. C., en relación a las tropas estacionadas en Cerdeña. Al parecer, los iberos formaban parte de las tropas auxiliares cartaginesas que sometieron casi toda la isla, y que como resultado de una disputa con los libios por el botín se separaron del ejército y se asentaron en las partes elevadas de Cerdeña.
No será hasta el 396 a. C. y como consecuencia de la huida de Himilcón, que algunos contingentes entraran al servicio de Siracusa, participando incluso en las guerras sostenidas en Grecia durante el siglo IV a. C.
Pueden establecerse dos fases en el reclutamiento de mercenarios iberos:

La primera, entre el siglo VI a. C. y la conquista bárcida (siglo III a. C.), se circunscribe en sentido estricto a la práctica del mercenariado.
A partir de esa fecha, las alianzas establecidas mediante pactos de amistad o dependencia sirvieron para engrosar las filas cartaginesas con un gran número de contingentes, aunque se siguió manteniendo la contratación de mercenarios, especialmente entre las tribus del interior de la península ibérica.
La historiografía ha debatido ampliamente sobre las causas de alistamiento de los guerreros ibéricos como mercenarios, citándose en primer lugar y como motivo principal las dificultades económicas de estos pueblos. Esta tesis está sustentada en un texto de Diodoro Sículo en el que se alude al bandolerismo como una de las prácticas más frecuentes de los iberos.

1 comentarios:

  1. Anónimo

    Interesantisimo blog, lo he descubierto recientemente y me alegra saber mas de Cartago y su civilizacion.

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